“Aún no lo hemos contado, nos vamos a vivir a Japón”. 
Aquí entendí que aquel no era un lugar del que nadie tuviese que rescatarme ni llevarme de nuevo a casa. Tampoco tenía que irme allí para que me echaran de menos. Japón iba a tener un lugar como experiencia única y no a un: ‘lo que pudo ser y nunca fue’. 
Comprendí que el tiempo y los kilómetros son relativos, los planes cambian y que nada ocurría por empezar a dibujar un sueño con otro horizonte aunque aún siguiese surfeando en el presente con todas las ganas del mundo. 
Me adentraba en el magenta como grito inicial de expresión, pero hice una pausa para respirar y quedarme en blanco. En ese espacio sin color, olor ni sonido, es donde me pregunto: “¿por qué no Japón una temporada?”.
Un cuadro que traduce una ensoñación que no tiene una forma clara que está ahí, en un skyline borroso vertical que solo es un ligero plano de algo que puede proyectarse en un tiempo. 
Sigo a lo mío, pero me imagino comiendo un mochi de té verde por las calles de Osaka y se me pone una sonrisa que me atraviesa la cara.